La Jornada
¿Por qué Morena?
Octavio Rodríguez Araujo
El Movimiento Regeneración Nacional AC (Morena) es para mí un soplo
fresco de esperanza. Me voy a olvidar por hoy de las elecciones federales
próximas e incluso de los partidos políticos. Hay mucho tiempo por delante para
escribir sobre ellos.
Esta vez quiero referirme a la importancia que veo en un movimiento social,
que tiene mucho de político sin serlo (todavía), para el futuro del país. Debe
quedar claro que no soy contrario a los partidos, que no defiendo las mal
llamadas candidaturas independientes ni mucho menos la imposible democracia
directa (véase mi artículo en Este País, 246, octubre de 2011), pero el
esfuerzo de organizar a la sociedad con y sin partido y hasta de varios partidos
es algo que no había ocurrido en México desde hace muchos años. Intentos los ha
habido, desde luego, pero no funcionaron bien o se fueron desdibujando con el
tiempo hasta desaparecer.
Movimientos sociales hay muchos, hasta podría decirse que cada día surgen
nuevos. Pero lo que este fenómeno demuestra es que la sociedad que quisiera
organizarse carece de líderes que la aglutinen y el resultado es la dispersión
que todos conocemos. El hecho mismo de que existan muchos movimientos y
agrupaciones sociales demuestra, sin proponérselo, su debilidad. La atomización
es signo de raquitismo, pues no es lo mismo muchos en uno que muchos unos sin
identificación ni coordinación con otros. Morena es un movimiento con líder y
compuesto por muchos que se identifican con este líder y con un proyecto de
nación ampliamente difundido y alternativo en muchos sentidos al existente. Por
si fuera poco, es un movimiento plural, tanto que ha convocado a algunas
personas que incluso me caen mal. Pero ni modo, ahí están, ahí estamos, y por
ahora pospongo mis diferencias con quien las tenga. Es mi convicción que sólo
unidos podremos hacer algo positivo, si son más las coincidencias que las
diferencias.
No es la primera vez que tengo esta sensación de unirme y participar a pesar
de pequeños desacuerdos y antipatías personales. Cuando me sumé al zapatismo
chiapaneco, en 1994, hubo muchos aspectos con los que no estuve de acuerdo, pero
ahí había un mensaje de cambio, de lucha, de esperanza, y los mexicanos (y no
pocos extranjeros) quedamos emplazados: o estábamos con el EZLN o no. No haber
estado con los zapatistas era equivalente a darle la espalda a los más pobres de
los pobres de México y otras latitudes. Era equivalente a traicionar todo
aquello por lo que los izquierdistas de años habíamos luchado. El punto clave en
los primeros años del movimiento zapatista, cuando era incluyente más que lo
contrario, era posponer las diferencias, que obviamente las había, y sumarnos
con ellas y nuestras coincidencias para lograr lo que muchos deseábamos y
todavía queremos: un país con justicia social, distribución de la riqueza,
menores desigualdades, gente menos jodida. Las cosas no salieron bien y ni modo,
pero hicimos lo que nos tocaba hacer. La historia, como bien lo sabemos los
viejos, no se construye de un día para otro ni al primer intento.
Morena es otro esfuerzo de sumar y, nuevamente, una vez más, estamos
convocados a estar con el grueso de quienes lo componen y su líder o darles la
espalda, lo que equivale a apoyar al poder en sus mil disfraces y alianzas
públicas o soterradas, pero poder al fin. Para mí es la hora de las
definiciones, el momento de colgar del perchero nuestras diferencias y viejas
discusiones, sumar y entre todos enriquecernos para las próximas elecciones y
para más allá de éstas. Una frase que me gusta de López Obrador es que sólo el
pueblo puede salvar al pueblo. Una excelente síntesis. No puede ser de otra
manera, y para que el pueblo pueda salvarse tiene que dar una batalla
descomunal, y ésta no se puede llevar a cabo con dispersión, sino sólo unidos en
organización y propósitos. Esta es la clave.
Morena, así como asociación civil, se enlaza con las elecciones más que con
los partidos en general porque, con su organización en todo el país, está en
condiciones de participar en las casillas electorales y cerca de éstas para
evitar otro fraude como los habidos en 1988 y 2006. Igual importarán los votos
de quienes pertenecen o se identifican con Morena. Votar por los candidatos de
los partidos de la no muy conspicua izquierda, aunque tengamos diferencias con
algunos, será también muy importante, pues de no hacerlo, de abstenernos o
anular nuestro voto, será equivalente a dejar que priístas, panistas y hasta
verdes y gordillistas terminen por representarnos en el Ejecutivo y en el
Congreso de la Unión.
Que quede claro que si las encuestas favorecen a Marcelo Ebrard y sus aliados
panistas y perredistas (los chuchos), que espero no ocurra, me temblará
tanto la mano a la hora de la votación que quizá se me pase el marcador y sin
querer anule mi voto al cruzar más de un cuadrito. Ni modo, pero que conste que
aun así trataré de votar por él pese a que tal vez no lo logre. Prefiero a López
Obrador y espero, aquí sí, que las encuestas lo favorezcan. Es tan buen
precandidato que todos los del poder o cercanos a éste están en su contra.
Ningún otro precandidato podría decir –con orgullo y sinceridad– lo mismo en
estos momentos, y la situación nacional, agravada por más de 25 años de priísmo
y panismo neoliberales, ineficaces y sumisos a Washington, obliga a luchar por
un cambio auténtico, aunque no sea ni pueda ser radical. Otra vez la historia:
poco a poco.
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